Vigilia Pascual en la Noche Santa

Evangelio
1ª Lectura (Breve): Gn 1, 26-31a
Al principio, cuando Dios creó todas las cosas, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”. Y continuó diciendo: “Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde”. Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno.

Sal 103,1-2a. 5-6. 10. 12-14ab. 24. 35
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz.
Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás! El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas.
Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas.
Desde lo alto riegas las montañas, y la tierra se sacia con el fruto de tus obras. Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva.
¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice al Señor, alma mía!

2ª Lectura (Breve): Gn 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18
Dios puso a prueba a Abraham. “¡Abraham!”, le dijo. Él respondió: “Aquí estoy”. Entonces Dios le siguió diciendo: “Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: “¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió él. Y el Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único”. Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: “Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz”.

Sal 15, 5. 8-11
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.

3ª Lectura: Éx 14, 15-15, 1a
El Señor dijo a Moisés: “Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie. Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros. Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros”. El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de adelante hacia atrás, interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar. Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos. Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: “Huyamos de Israel, porque el Señor combate a favor de ellos contra Egipto”. El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros”. Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó. Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor. Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor:...

Salmo, Éx 15, 1b-6. 17-18
Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: Él hundió en el mar los caballos y los carros. El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. Él es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.
El Señor es un guerrero, su nombre es “Señor”. Él arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.
El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar. Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo.
Tú llevas a tu pueblo, y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos. ¡El Señor reina eternamente!

4ª Lectura: Is 54, 5-14
Tu esposo es Aquel que te hizo: su nombre es Señor de los ejércitos; tu redentor es el Santo de Israel: Él se llama “Dios de toda la tierra”. Sí, como a una esposa abandonada y afligida te ha llamado el Señor: “¿Acaso se puede despreciar a la esposa de la juventud?”, dice el Señor. Por un breve instante te dejé abandonada, pero con gran ternura te uniré conmigo; en un arrebato de indignación, te oculté mi rostro por un instante, pero me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor. Me sucederá como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé no inundarían de nuevo la tierra: así he jurado no irritarme más contra ti ni amenazarte nunca más. Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que se compadeció de ti. ¡Oprimida, atormentada, sin consuelo! ¡Mira! Por piedras, te pondré turquesas y por cimientos, zafiros; haré tus almenas de rubíes, tus puertas de cristal y todo tu contorno de piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y será grande la paz de tus hijos. Estarás afianzada en la justicia, lejos de la opresión, porque nada temerás, lejos del temor, porque no te alcanzará.

Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría.
Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!

5ª Lectura: Is 55, 1-11
Así habla el Señor: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David. Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones. Tú llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica. ¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes. Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.

Sal, Is 12, 2-6
Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.
Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre.
Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!

6ª Lectura: Bar 3, 9-15. 32—4, 4
Escucha, Israel, los mandamientos de vida; presta atención para aprender a discernir. ¿Por qué, Israel, estás en un país de enemigos y has envejecido en una tierra extranjera? ¿Por qué te has contaminado con los muertos, contándote entre los que bajan al Abismo? ¡Tú has abandonado la fuente de la sabiduría! Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre. Aprende dónde está el discernimiento, dónde está la fuerza y dónde la inteligencia, para conocer al mismo tiempo dónde está la longevidad y la vida, dónde la luz de los ojos y la paz. ¿Quién ha encontrado el lugar de la Sabiduría, quién ha penetrado en sus tesoros? El que todo lo sabe, la conoce, la penetró con su inteligencia; el que formó la tierra para siempre, y la llenó de animales cuadrúpedos; el que envía la luz, y ella sale, la llama, y ella obedece temblando. Las estrellas brillan alegres en sus puestos de guardia: Él las llama, y ellas responden: “Aquí estamos”, y brillan alegremente para aquel que las creó. ¡Este es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él! Él penetró todos los caminos de la ciencia y se la dio a Jacob, su servidor, y a Israel, su predilecto. Después de esto apareció sobre la tierra, y vivió entre los hombres. La Sabiduría es el libro de los preceptos de Dios y la Ley que subsiste eternamente: los que la retienen, alcanzarán la vida, pero los que la abandonan, morirán. Vuélvete, Jacob, y tómala, camina hacia el resplandor, atraído por su luz. No cedas a otro tu gloria, ni tus privilegios a un pueblo extranjero. Felices de nosotros, Israel, porque se nos dio a conocer lo que agrada a Dios.

Sal 18, 8-11
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal.

7ª Lectura: Ez 36, 17a. 18-28
La palabra del Señor me llegó en estos términos: “Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su propio suelo, lo contaminó con su conducta y sus acciones. Entonces derramé mi furor sobre ellos, por la sangre que habían derramado sobre el país y por los ídolos con que lo habían contaminado. Los dispersé entre las naciones y ellos se diseminaron por los países. Los juzgué según su conducta y sus acciones. Y al llegar a las naciones adonde habían ido, profanaron mi santo nombre, haciendo que se dijera de ellos: ‘Son el pueblo del Señor, pero han tenido que salir de su país’. Entonces yo tuve compasión de mi santo nombre, que el pueblo de Israel profanaba entre las naciones adonde había ido. Por eso, di al pueblo de Israel: ‘Así habla el Señor: Yo no obro por consideración a ustedes, casa de Israel, sino por el honor de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones adonde han ido. Yo santificaré mi gran nombre, profanado entre las naciones, profanado por ustedes. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor –oráculo del Señor– cuando manifieste mi santidad a la vista de ellas, por medio de ustedes. Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios’”.

Sal 41, 3. 5bcd; 42, 3-4
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?
¡Cómo iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y alabanza, en el júbilo de la fiesta!
Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas.
Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío.

8ª Lectura: Rom 6, 3-11
Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor!
La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor.
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.

Evangelio: Mc 16, 1-8
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”. Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho”. Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.

Comentario
Como Magdalena, María y Salomé, también nosotros buscamos a Jesús. Y muchas veces se hace difícil verlo.
En ese momento, ellas tuvieron que creer en las palabras del ángel.
Nosotros hoy, que tampoco vemos a Jesús con los ojos del cuerpo, creemos por las palabras del Evangelio y el testimonio de la Iglesia. Sabemos que no lo encontraremos entre los muertos, sino donde hay vida.
Esta es la buena noticia y es también el compromiso que hoy renovamos: verlo en cada señal de su presencia.

Oración
¡Señor, hoy clamo con todas mis fuerzas: que la noche oscura del Sábado Santo no sea para mí más que un momento pasajero!
¡Dios silencioso y amoroso, envía un rayo de luz que ilumine mi alma y caliente mi corazón de piedra para que arda de amor, de esperanza, de caridad, de generosidad, de entrega absoluta!
¡Señor, has descendido a los infiernos, y estás solo por culpa de mi abandono; no se oye ninguna voz ni ningún quejido; Tu que eres el amor de los amores hoy te tiendo mi temblorosa mano para que la cojas y caminemos juntos!
¡Y en lo más profundo de mi soledad, Señor, que aprenda de Ti como amar y ser amado!
¡Transfórmame, Señor! ¡Renuévame, Señor! ¡Guíame, Señor!
¡Concédeme, Señor, una fe sencilla que no se turbe cuando me llames en los momentos de tribulación, soledad, abandono, sufrimiento y lucha!
¡Hazme, Señor, un hombre pascual en el silencio de este Sábado Santo!
¡María, Madre del silencio amoroso, me acojo a Ti para que vayamos juntos en el camino de la vida!

Jn 18, 1 - 19, 42

Evangelio
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN

Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.

Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: “¿A quién buscan?”.

Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno”.

Él les dijo: “Soy yo”.

Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: “Soy yo”, ellos retrocedieron y cayeron en tierra.

Les preguntó nuevamente: “¿A quién buscan?”.

Le dijeron: “A Jesús, el Nazareno”.

Jesús repitió: “Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan”.

Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me confiaste”. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.

Jesús dijo a Simón Pedro: “Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?”.


El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.


Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.

La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”.

Él le respondió: “No lo soy”.

Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.

Jesús le respondió: “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho”.

Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?”.

Jesús le respondió: “Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”.

Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”.

Él lo negó y dijo: “No lo soy”.

Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: “¿Acaso no te vi con él en la huerta?”.

Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.


Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.

Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó: “¿Qué acusación traen contra este hombre?”.

Ellos respondieron: “Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”.

Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen”.

Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”.

Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.

Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”.

Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”.

Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.

Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”.

Jesús respondió: “Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.

Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”.

Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?”.

Ellos comenzaron a gritar, diciendo: “¡A él no, a Barrabás!”.

Barrabás era un bandido.


Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían: “¡Salud, rey de los judíos!”.

Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena”.

jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”.

Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”.

Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”.

Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios”.

Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?”.

Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”.

Jesús le respondió: “Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”.


Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo sueltas, no eres amigo del Cesar, porque el que se hace rey se opone al Cesar”.

Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado “El Empedrado”, en hebreo, “Gábata”.

Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tienen a su rey”.

Ellos vociferaban: “¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!”.

Pilato les dijo: “¿Voy a crucificar a su rey?”.

Los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos otro rey que el Cesar”.

Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.

Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “Del Cráneo”, en hebreo “Gólgota”. Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.

Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la colocó sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.

Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’”.

Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está”.

Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:

“No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”.

Así se cumplió la Escritura que dice: “Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica”. Esto fue lo que hicieron los soldados.


Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.

Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”.

Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya.

Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: “Tengo sed”.

Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.

Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”.

E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.


Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.

Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.

El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ninguno de sus huesos”. Y otro pasaje de la Escritura, dice: “Verán al que ellos mismos traspasaron”.


Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.

Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.

En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Comentario
Hoy es Viernes Santo. Un día «santo» porque en él se trasluce el misterio último del amor de Cristo. No se trata de un amor cualquiera: es el amor del que lo ha dado todo, confiando del todo, por salvar a todos.
Dejemos hoy que el amor de Cristo llegue hasta nosotros en todo su misterio, que Jesús nos diga a cada uno: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Y al cerrarse sus ojos hacia la muerte, ¿se abrirán los nuestros hacia la Vida?

Oración
Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Tu querido Hijo Jesús se hizo uno de nosotros, fue como nosotros en todo menos en el pecado, cuando nació de nuestra carne y sangre.
Por el sufrimiento de su pasión tú nos salvas de la muerte que merecemos por ser corresponsables del mal y del pecado en nosotros y en el mundo.
Que su sufrimiento no haya sido en vano. Llénanos con la vida y gracia que ganó para nosotros en la cruz, y ayúdanos a imitarle y ser semejantes a él, nuestro Señor resucitado que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
Amén

Jn 13, 1-15

Evangelio
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”. Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. “No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”. “Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”. Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”. Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.

Comentario
En esta cena tan cargada de emoción y significado, Jesús hizo y dijo cosas insólitas y chocantes.
Como el más humilde de los siervos, él, el gran Maestro y Señor, lavó los pies de sus discípulos y les dijo que se hicieran, como él, servidores los unos de los otros, servidores del pueblo. Después, cuando estaban comiendo, les pasó el pan y el vino diciendo: “Esto es mi cuerpo partido para ustedes. Ésta es la copa de mi sangre derramada por ustedes. Ámense unos a otros como yo les he amado”.
Estos acontecimientos ocurrieron hace mucho tiempo, y sin embargo, el mensaje de Jesús se sigue repitiendo: Hagan esto en conmemoración mía. Les he dado ejemplo. Tienen que hacer ustedes como yo he hecho. Como yo he servido, así tienen ustedes que servir; como yo les he amado, así deben amarse unos a otros.

Oración
Oh Dios y Padre nuestro:
Cuando tu Hijo Jesús se entregó a sí mismo a sus amigos como comida y bebida para el camino, se comprometió a permanecer con nosotros como el “hombre-para-los-demás” y como el “Señor-que-sirve”.
Queremos aprender de él a entregarnos a nuestro prójimo, a amar y servir a los hermanos sin contar el precio y a liberar a nuestros hermanos y hermanas de cualquier mal que les esclavice, como un anticipo de la felicidad eterna que, según tu promesa, tú nos preparas por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

San Esteban Harding


San Esteban Harding vivió entre los siglos XI y XII. Nacido en Inglaterra, de padres ricos y nobles, se educó con los monjes en el condado de Dorset. Al salir de la abadía, viajó a Escocia, a París y a Roma. Vuelto a Francia con un amigo, en Lyón tuvo noticias del monasterio benedictino de Molesmes, fundado por san Roberto en 1076, en Langres. Se encontró allí con el fundador y con Alberico, con quienes más adelante había de fundar la orden del Císter. Los tres tenían el mismo ideal: consagrarse a la oración, la penitencia y la pobreza. Unos pocos hombres se les habían unido, formando una comunidad. Con la tala de algunos árboles habían erigido un oratorio y con ramas, unas cabañas para descansar. Comían hierbas y raíces y se sentían contentos en la pobreza más extrema.

Con el tiempo, el espíritu ascético de la comunidad fue decayendo. Roberto, Albernico y Esteban, y algunos más, abandonaron Molesmes y erraron, buscando un sitio desierto, hasta llegar a la aldea de Citeaux, cerca de Dijon, donde encontraron un espeso bosque. Allí se afincaron; levantaron algunas chozas para alojarse y construyeron una capilla, que dedicaron a la Virgen. En 1098, el 21 de marzo, día entonces de san Benito, quedó fundada la orden del Císter (que es el nombre castellano de Citeaux). Roberto fue el abad, Alberico el prior y Esteban el subprior. Pero un año más tarde Roberto regresó a Molesmes, llamado por los monjes, y Alberico murió poco después. De tal modo Esteban lo sucedió como abad. Pero fue tan exigente que las vocaciones disminuyeron. 

Inesperadamente le llegó un providencial auxilio. Unos treinta jóvenes se acercaron al monasterio; querían ser admitidos como novicios; los dirigía un joven noble borgoñón, de nombre Bernardo, y los demás eran amigos y parientes suyos.

A partir de este momento, la orden cisterciense tuvo un pujante desarrollo. De todas partes afluyeron postulantes con ansias de penitencia y sacrificio. Gentes de distintas condiciones y estados fueron golpeando las puertas de la abadía. Se multiplicaron las fundaciones: Pontigny, Morimond, Claraval ...

En 1119 dependían de Citeaux y Claraval nueve abadías, y ese mismo año san Esteban promulgó la Carta de caridad, que reglamenta la vida de la orden cisterciense. Las abadías debían estar fuera de los centros urbanos y ofrecer una imagen de pobreza y sencillez; no tendrían otras tierras que las que pudiesen explotar, y la única ocupación que podían tener los monjes eran la oración y el trabajo manual; sus conocimientos se ceñirían a lo necesario para el sacerdocio. Se suprimiría todo ornato y magnificencia en el culto y los monjes se abstendrían de poseer propiedades o rentas; la comunidad debería sostenerse con el trabajo propio.

A pesar de todas estas restricciones, los cistercienses se vieron obligados, por los problemas de la Iglesia y del siglo, a salir de los claustros, para combatir la herejía, para predicar en los países eslavos, para mediar en la lucha entre el Papado y el Imperio, para abogar las cruzadas. Casi ciego, Esteban murió en 1134.

Mt 26, 14-25

Evangelio
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?”. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Ázimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”. Él respondió: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?”. Él respondió: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús.

Comentario
No hubo presión, ni se necesitó extorsión o negociaciones. Judas fue solo a ver a las autoridades. Para entregar a Jesús, puso en juego su propia libertad. No fue un títere de Dios ni de ningún operador político de entonces.
Dejemos hoy que la libertad del hombre llegue hasta nosotros en todo su misterio, que Cristo nos diga a cada uno: «Tú lo has dicho». Y al hablarle, ¿será nuestro diálogo el culmen de la amistad o el comienzo del desencuentro?

Oración
Oh Dios y Padre nuestro:
Cuando hubo llegado la hora de tu Hijo Jesús de aceptar la pasión y la muerte por amor a ti y por amor salvador a nosotros, él no rechazó ese sufrimiento y profundo dolor.
En la hora de las pruebas, por las que nosotros tenemos que pasar, no permitas que seamos rebeldes, sino mantennos confiando en ti, ya que tú nos salvaste por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Amén

San Ruperto


Era originario de Irlanda, nacido en el seno de la noble familia de los Rupertinos, o Robertinos.

Después de recibir una formación monástica, hacia el año 700 Ruperto se estableció en Baviera, donde se dedicó a la predicación itinerante, obteniendo buenos resultados en Regensburg y en Lorch.

Con la ayuda del conde Teodoro de Baviera, San Ruperto fundó en lo que hoy es Seekirchen, cerca de Salzburgo, Austria, una iglesia dedicada a San Pedro. Pero el lugar no era el idóneo para sus proyectos, y entonces le pidió al conde otro territorio, a orillas del río Salzach, cerca de la antigua y decadente ciudad romana de Juvavum.

El monasterio que construyó allí, dedicado también a San Pedro, es el más antiguo de Austria. En torno a él se desarrollaría la nueva Salzburgo, obra de San Ruperto y sus doce colaboradores llegados de su tierra natal, entre los que se encontraban San Cunialdo y San Gislero.

Esta ciudad, literalmente “ciudad de la sal”, con justa razón lo venera no solamente como su primero obispo, sino también como su refundador. San Ruperto fue quien organizó la explotación técnica de las cercanas fuentes de sal, con perdurables beneficios para toda la comunidad.

Falleció el día de Pascua de 718. La iconografía lo representa generalmente con un salero o un pequeño barril de sal en las manos. San Ruperto es el santo patrono de Salzburgo, en cuya espléndida catedral se conservan sus reliquias. Se le venera en los países de habla alemana, y en Irlanda.

Jn 13, 21-33. 36-38

Evangelio
Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos –el discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: “Pregúntale a quién se refiere”. Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Jesús le respondió: “Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato”. Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: “Realiza pronto lo que tienes que hacer”. Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: “Compra lo que hace falta para la fiesta”, o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió: “Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás”. Pedro le preguntó: “¿Señor, por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le respondió: “¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”.

Comentario
Jesús se turba, se inquieta, padece el dolor humano ante lo que se avecina -Él sintió con corazón de hombre-, pero no rechaza las circunstancias adversas, sino que opta por vivirlas hasta el final para dar testimonio del rostro amoroso de Dios.
El sentir y la libertad de Jesucristo dan la talla de su entrega, que es única e irrepetible.
Dejemos hoy que la libertad de Cristo llegue hasta nosotros en todo su misterio, que Él nos diga a cada uno: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». Y al escucharlo, ¿sabremos esperar para escoger con Él la puerta estrecha o saldremos inmediatamente a cerrar un trato con la muerte?

Oración
Señor Dios nuestro:
Tu Hijo, Jesucristo, tuvo que sufrir la humillación de ser negado y traicionado por aquellos a quienes llamaba sus amigos, pero convirtió su pasión y su muerte en instrumentos de amor y reconciliación.
Haznos como él, “personas-para-los-demás”, que aceptemos dificultades, incluso incomprensiones y traiciones de nuestros mejores amigos, y que las transformemos en fuentes de vida y alegría para todos los que nos rodean.
Guárdanos siempre fieles a ti y los unos a los otros. por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Amén

San Ludgero


La historia de san Ludgerio, primer obispo de Münster, nacido alrededor del 745 en Frisia, de una noble familia, está ligada a un hecho nuevo en el mundo cristiano: en esa época el cristianismo traspasó las fronteras del Imperio Romano, con la evangelización de la Germania transrenana. En esta misión, que alcanzó su máximo desarrollo con san Bonifacio, encontramos comprometido a san Ludgerio, discípulo de san Gregorio y Alcuino de York. Después de su ordenación como sacerdote en Colonia en el 777, Ludgerio se dedicó a la evangelización de la región pagana de Frisia, donde san Bonifacio había sufrido el martirio.

Los métodos utilizados por el emperador Carlomagno para someter esta región y cristianizarla estaban en poca armonía con el espíritu del Evangelio: en el 776, durante la primera expedición, el rey impuso el bautismo a todos los guerreros vencidos; pero la posterior rebelión de Widukind vino acompañada de una apostasía general. Ludger tuvo que huir, y después de visitar Roma llegó a Montecassino, donde vistió el hábito monástico sin emitir votos. La sublevación fue aplastada en el 784 y la represión fue muy intensa: el rechazo del bautismo y la ruptura del ayuno de Cuaresma se podían castigar con la muerte, pero este régimen de terror -contra el cual se dirigió la condena del gran maestro Alcuino- hacía aborrecible el propio cristianismo, que sin embargo echó raíces y floreció en abundancia gracias a los auténticos propagadores del Evangelio, como san Ludgerio, a quien el mismo Carlomagno fue a buscar a Montecassino, y lo envió de nuevo a su patria, con el encargo de continuar la misión en Frisia. Poco después, para premiar su celo, le ofreció la sede vacante de Tréveris, pero el santo se negó. No eludió, en cambio, su deber como misionero, aceptando ocupar el lugar del abad Bernardo en el territorio de Sajonia.

En el 795 Ludgerio erigió el monasterio, alrededor del cual surgió la actual ciudad de Münster (precisamente «Münster» en alemán se relaciona con «monasterio»). El territorio pertenecía al distrito eclesiástico de Colonia, ya que Ludger sólo aceptó en el 804 ser consagrado obispo de la nueva diócesis. Antes de esta fecha, el infatigable misionero no tenía sede fija. Construyó iglesias y escuelas, y fundó nuevas parroquias que confió a sacerdotes que él mismo había formado en su escuela de la Catedral de Mimigernaeford. A él se debe también la fundación del monasterio benedictino de Werden [perteneciente hoy a la región de Essen], donde más tarde fue enterrado. Murió el 26 de marzo del 809 y fue venerado enseguida como santo. Su tumba en Werden es meta de peregrinación.

Jn 12, 1-11

Evangelio
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: “¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Comentario
Cuando María, la hermana de Lázaro, mira a Jesús, ve al Hijo. Por eso ella no duda en derramar sobre sus pies un ungüento carísimo, tan valioso y tan sobreabundante como el amor que Dios nos tiene a nosotros en su Hijo.
¿Con qué podemos, nosotros, ungir los pies de Jesús? ¿Qué hay en nosotros que pueda entregarse a Jesús y que inunde de buen aroma toda la comunidad, la casa de Dios? Este es un tiempo de reflexión y meditación para darnos cuenta de que no podemos quedarnos sin hacer nada.

Oración
Señor Dios nuestro:
Tú nos llamas a servir a la causa de lo justo y bueno.
Que tu hijo, Jesús, nos tome de la mano y nos enseñe a servir y a amar, con compasión hacia los desamparados y respeto hacia los más pobres y pequeños. Que nos haga fuente de unidad y de luz para los que sinceramente buscan amor y verdad.
Te lo pedimos por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Amén

Fiesta de la Anunciación del Señor


La fiesta de la Anunciación del Señor se celebra todos los años, el 25 de marzo, es decir, nueve meses antes de Navidad. 

En este día, contemplamos el misterio de la Encarnación de Jesús en el seno de María. 

Un día como hoy la historia de la humanidad cambió cuando María dio su “Sí” (Fiat) valiente a Dios, concibiendo desde aquel momento a Jesús y convirtiéndose en protectora del Niño que un día nacería y salvaría con amor al mundo.

Este es un día de fiesta porque recordamos el inicio de la divinización del hombre y la humanización de Dios; es un momento privilegiado porque nos adentramos en el misterio de Dios que quiere expresarse en nuestro lenguaje haciéndose uno de tantos.

La visita del Señor a su pueblo había sido anunciada de antemano con insistencia; no había dudas sobre su venida. Seguía siendo un misterio el modo en que aparecería el Señor. Y aquí es donde se manifestó la novedad. No pasó por entre los hombres, sino que se detuvo; no se dirigió a los hombres desde fuera, sino que se hizo humanidad y lo asumió todo desde dentro.

A lo largo de la historia hay varios Fiat o "Sí" a Dios:
- Abraham, quien parte de su tierra sin saber a dónde llegaría.
- Moisés, que libera a su pueblo.
- Los profetas, por ejemplo Isaías y Jeremías, Simeón y Ana.
- María que permitió que Dios cambie la historia.
- Jesús, a lo largo de toda su vida hasta la cruz.

Hoy es el día del "Sí". Un día para repensar nuestra vida y para preguntarnos si somos personas del "Sí".

San Dimas



San Dimas es el nombre con el que se venera en la Iglesia ortodoxa al Buen Ladrón; de los dos que condenaron y crucificaron con Jesús, uno a cada lado, para situarlo entre delincuentes, el que se convirtió estando en la cruz y le dijo a Jesús: "Acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Y Jesús le contestó: "En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso".

No sabemos más de su historia que lo contenido en los pocos versículos dedicados a él por el evangelista San Lucas; pero, como en el caso de la mayoría de los otros personajes nombrados en los Evangelios, tales como Pilato, José de Ari matea, Lázaro, Marta, pronto se compuso un relato que situó al "buen ladrón" en lugar eminente en la literatura apócrifa de los siglos primitivos.

Encontramos a los dos ladrones representados en cuadros de la crucifixión, desde tiempos muy remotos, como por ejemplo, en el manuscrito de Ciríaco, ilustrado por Rábulas, en 586, conservado en la Biblioteca Lorenciana en Florencia. Las palabras del buen ladrón: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino", se han adaptado a un uso muy solemne en la misa bizantina, al "gran principio" de ella y la comunión de los ministros y el pueblo.

La cruz en que murió, se conservó largo tiempo en la isla de Chipre; el travesaño está en Roma, en la iglesia de la Santa Cruz. En el Triunfo de Tiziano y en el Juicio de Miguel Ángel, ocupa lugar preferente el Buen Ladrón. Está representado también en una vidriera de la catedral de Bourges.

Mc 14, 1 - 15, 47

Evangelio
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían:
“No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo”.

Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí:
“¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres”.

Y la criticaban. Pero Jesús dijo:
“Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden hacerles el bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo”.
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Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
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El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús:
“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”.

Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
“Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?”. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.

Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
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Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban comiendo, dijo:
“Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo”.

Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro:
“¿Seré yo?”.

Él les respondió:
“Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”.
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Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
“Tomen, esto es mi Cuerpo”.

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo:
“Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
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Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo:
“Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.

Pedro le dijo:
“Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré”.

Jesús le respondió:
“Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces”.

Pero él insistía:
“Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”.

Y todos decían lo mismo.
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Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:
“Quédense aquí, mientras yo voy a orar”.

Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo:
“Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando”.

Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía:
“Abbá –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro:
“Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.

Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:
“Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.
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Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.

El traidor les había dado esta señal:
“Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado”.

Apenas llegó, se le acercó y le dijo:
“Maestro”.
Y lo besó.

Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo:
“Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras”.

Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
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Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
“Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre’”.

Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:
“¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?”.

Él permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente:
“¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?”.

Jesús respondió:
“Sí, yo lo soy: y ustedes verán ‘al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo’”.

Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:
“¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?”.

Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían:
“¡Profetiza!”.

Y también los servidores le daban bofetadas.
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Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo:
“Tú también estabas con Jesús, el Nazareno”.

Él lo negó, diciendo:
“No sé nada; no entiendo de qué estás hablando”.

Luego salió al vestíbulo y en ese momento cantó el gallo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes:
“Este es uno de ellos”.

Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro:
“Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo”.

Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: “Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces”. Y se puso a llorar.
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En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este lo interrogó:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”.

Jesús le respondió:
“Tú lo dices”.

Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo interrogó nuevamente:
“¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!”.

Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo:
“¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?”.

Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo:
“¿Qué quieren que haga, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?”.

Ellos gritaron de nuevo:
“¡Crucifícalo!”.

Pilato les dijo:
“¿Qué mal ha hecho?”.

Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
“¡Crucifícalo!”.

Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
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Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo:
“¡Salud, rey de los judíos!”.

Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
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Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: “lugar del Cráneo”. Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados “se repartieron sus vestiduras, sorteándolas” para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: “El rey de los judíos”. Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
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Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían:
“¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!”.

De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí:
“¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!”.

También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
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Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz:
“Eloi, Eloi, lemá sabactaní”.

Que significa:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
“Está llamando a Elías”.

Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo:
“Vamos a ver si Elías viene a bajarlo”.

Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
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El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó:
“¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”.

Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
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Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.

Comentario
Hoy, y durante los días de la Semana Santa, vemos a Jesús en toda su flaqueza humana, tanto como la nuestra, excepto en el pecado En Jesús el triunfo mayor es el momento de su muerte. Lo que para nosotros es el máximo dolor, el mayor sin-sentido, para Dios es la oportunidad de proclamar su amor por todos los hombres de la forma más solemne posible.
Sólo queda una pregunta pendiente: ¿Dónde estamos nosotros en toda esta historia? Porque Jesús está entregándose por nosotros, por cada uno de nosotros. Cuando levantamos la mirada y lo vemos, en la cruz, encontramos que: sus ojos nos miran y nos dicen que lo da todo para que seamos felices, para que vivamos, para que nos amemos.
Dejemos que llegue a nuestro corazón la hondura de su amor, de su entrega por nosotros. Para que tengamos vida y vida en abundancia.

Oración
Oh Dios y Padre nuestro:
En Jesucristo tu Hijo nos has mostrado que el camino que conduce a la victoria es el camino del servicio amoroso y de la disponibilidad para pagar el precio del sacrificio mostrando así un amor fiel e inquebrantable.
Danos la mentalidad y la actitud de Jesús, para que aprendamos a servir como él y como él amar a los demás sin contar el precio.
Que así lleguemos a ser victoriosos con él, que es nuestro Señor y Salvador por los siglos de los siglos.
Amén

Santa Catalina de Suecia


Santa Catalina nació alrrededor de 1330. Fue la segunda o la cuarta de los ocho hijos de Santa Brígida, la gran mística sueca, y el príncipe Ulpho de Nericia, en ese país escandinavo.

A muy joven edad Santa Catalina es casada con Edgarvon Kyren, noble de ascendencia, pero más noble de espíritu. Tanto era así, que ambos decidieron llevar un matrimonio de continencia.

A los 19 años, Catalina se reúne con su madre en Roma, donde participó de su intensa vida religiosa. En peregrinaciones y buenas obras, Catalina vivió 25 años con su madre, siguiendo siempre de cerca su ejemplo.

En 1372 Catalina y su hermano Birger fueron con su madre en peregrinación a Tierra Santa. Pero al llegar a Jerusalén, Santa Brígida enfermó. Retornando a Roma, entregó a Dios su espíritu.

Dos años después, conforme a la voluntad de su madre, Catalina regresó a Suecia llevando sus restos mortales para ser sepultados en el Monasterio de Wadstena, que ella fundó. Santa Catalina ingresó entonces a esa institución, siendo reconocida como superiora.

Más tarde volvió a Roma buscando la canonización de su madre. Se entrevistó con Gregorio XI, quien lamentablemente falleció. Luego vio a su sucesor, Urbano VI, pero los asuntos políticos de la época impidieron al Papa hacerse cargo del asunto.

Durante su estancia de cinco años en la Ciudad Eterna, se dice que Santa Catalina Ulfsdotter obró numerosos milagros. Está fama la acompaña de vuelta a Suecia, donde finalmente muere en santa paz.

Santa Catalina nos ofrece un ejemplo de fidelidad a las buenas obras.

Jn 11, 45-57

Evangelio
Al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un consejo y dijeron: “¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”. Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: “Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?”. No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí permaneció con sus discípulos. Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: “¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?”. Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.

Comentario
Caifás, Sumo sacerdote y los otros miembros del Sanedrín constatan que el pueblo sencillo sigue a Jesús por sus enseñanzas, por sus signos, por la coherencia de su vida, porque les ha quitado el miedo a Dios y a sus representantes.
El conflicto con Jesús ya se torna dramático y adelanta un desenlace fatal. A tal punto que, a pesar de no haber juicio, debate ni testigos, sus adversarios deciden matarlo.

Oración
Señor Dios, creador y Padre de todos:
Todavía vivimos dispersos y divididos: Cristianos y no-cristianos, sectas e iglesias diversas, pretendiendo tener los derechos exclusivos sobre tu Hijo.
Te pedimos que aprendamos de él a ser servidores de amor y de verdad y a sacrificar nuestros intereses exclusivistas en beneficio del bien de todos.
Que bajo la guía de tu Hijo, seamos de verdad tu pueblo y tú nuestro Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

Santo Toribio de Mogrovejo



Obispo (1538-1606) Toribio, arzobispo de Lima, es uno de los eminentes prelados de la hora de la evangelización. El concilio plenario americano del 1900 lo llamó: "la lumbrera mayor de todo el episcopado americano". Era la hora de llevar la fe cristiana al imperio inca peruano lo mismo que en México se cristianizaba a los aztecas. Nació en Mayorga (Valladolid), el 16 de noviembre de 1538. No se formó en seminarios, ni en colegios exclusivamente eclesiásticos, como era frecuente entonces; Toribio se dedicó de modo particular a los estudios de Derecho, especialmente del Canónico, siendo licenciado en cánones por Santiago de Compostela y continuó luego sus estudios de doctorado en la universidad de Salamanca. También residió y enseñó dos años en Coimbra.

En Diciembre de 1573 fue nombrado por Felipe II para el delicado cargo de presidente de la Inquisición en Granada, y allí continuó hasta 1579; pero ya en agosto de 1578 fue presentado a la sede de Lima y nombrado para ese arzobispado por Gregorio XIII el 16 de marzo de 1579, siendo todavía un brillante jurista, un laico, o sólo clérigo de tonsura, cosa tampoco infrecuente en aquella época. Recibió las órdenes menores y mayores en Granada; la consagración episcopal fue en Sevilla, en agosto de 1579. Llegó al Perú en el 1581, en mayo.

Se distinguió por su celo pastoral con españoles e indios, dando ejemplo de pastor santo y sacrificado, atento al cumplimiento de todos sus deberes. La tarea no era fácil. Se encontraba con una diócesis tan grande como un reino de Europa, con una población nativa india indócil y con unos españoles muy habituados a vivir según sus caprichos y conveniencias. Celebró tres concilios provinciales limenses _el III (1583), el IV (1591) y el V (1601)_; sobresalió por su importancia el III limense, que señaló pautas para el mexicano de 1585 y que en algunas cosas siguió vigente hasta el año 1900. Aprendió el quechua, la lengua nativa, para poder entenderse con los indios.

Se mostró como un perfecto organizador de la diócesis. Reunió trece sínodos diocesanos. Ayudó a su clero dando normas precisas para que no se convirtieran en servidores comisionados de los civiles. Visitó tres veces todo su territorio, confirmando a sus fieles y consolidando la vida cristiana en todas partes. Alguna de sus visitas a la diócesis duró siete años. Prestó muy pacientemente atención especial a la formación de los ya bautizados que vivían como paganos. Llevado de su celo pastoral, publicó el Catecismo en quechua y en castellano; fundó colegios en los que compartían enseñanzas los hijos de los caciques y los de los españoles; levantó hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la doctrina cristiana, cantando.

No se vio libre de los inevitables roces con las autoridades en puntos de aplicación del Patronato Real en lo eclesiástico; es verdad que siempre se comportó con una dignidad y con unas cualidades humanas y cristianas extraordinarias; pero tuvo que poner en su sitio a los encomenderos, proteger los derechos de los indios y defender los privilegios eclesiásticos. 

Atendido por uno de sus misioneros, murió en Saña, mientras hacía uno de sus viajes apostólicos, en 1606. Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726.

Jn 10, 31-42

Evangelio
Los judíos tomaron piedras para apedrear a Jesús. Entonces Jesús dijo: “Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”. Los judíos le respondieron: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios”. Jesús les respondió: “¿No está escrito en la Ley de ustedes: ‘Yo dije: Ustedes son dioses’? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra –y la Escritura no puede ser anulada– ¿cómo dicen: ‘Tú blasfemas’, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan Bautista había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: “Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad”. Y en ese lugar muchos creyeron en él.

Comentario
El Evangelio de Juan usa la expresión “los judíos” para designar a los jefes y autoridades religiosas que no quieren ver la Luz de las obras de Jesús; permanecen en la ceguera de su rechazo y de su inmovilismo; su falta de fe les impide ver en sus obras lo que es más valioso para Dios: la misericordia, el perdón, la liberación de los oprimidos, el amor al prójimo como alma del culto en el Templo. Por otro lado, mucha gente del pueblo reconoce a Jesús y las señales que él hace como enviado del Padre.
Es bueno preguntarnos, ¿Soy como "los judíos" o como la gente del pueblo?

Oración
Oh Dios y Padre nuestro:
Jesús sufrió oposición porque afirmó ser tu Hijo, el Hijo de Dios.
Guárdanos también a nosotros leales a ti cuando tengamos que afrontar contradicción a causa de nuestra fe.
Que el Espíritu Santo nos dé el don de fortaleza; el mismo Espíritu que inspiró y fortaleció a tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor.
Amén

Jn 8, 51-59

Evangelio
Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás». Los judíos le dijeron: «Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: «El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás». ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?» Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman «nuestro Dios», y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: «No lo conozco», sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría». Los judíos le dijeron: «Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham». Jesús respondió: «Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo.

Comentario
La controversia con los judíos sube de tono; Jesús les da a conocer la Nueva Alianza mostrándoles su identidad más profunda.
Jesús es el Hijo de Dios que existe desde siempre.
En este momento del camino hacia la Pascua es bueno que nos preguntemos qué lugar ocupa en nuestra vida: ¿Es el Señor al que sigo?; ¿Es el Maestro a quien escucho y del que aprendo el sentido de la historia personal y del conjunto de las personas?, ¿O le considero un personaje del pasado?

Oración
Señor Dios nuestro:
Por tu Hijo, Jesucristo, tú nos has dado un nombre nuevo, el nombre de tu mismo Hijo: por eso nos llamamos ahora “cristianos”.
Haz que sepamos vivir según este nuevo nombre hasta llegar felizmente a nuestro nuevo destino, que es ser hombres y mujeres “para-los-demás”, que sirvamos y nos entreguemos totalmente a los otros juntamente con Jesús, Hijo tuyo y Señor nuestro por los siglos de los siglos.
Amén

San Nicolás Owen


Hijo de Walter Owen, carpintero. Fue artesano y albañil, admitido en la Compañía de Jesús en 1580. Colaboró 18 años con los jesuitas Henry Garnet y John Gerard.

Con su habilidad constructora creó escondites y refugios para los católicos perseguidos. Uno de los mas famosos está en Thrumton Hall, en Hampshire y fue descubierto en 1927 y uno de los mejor conservados se encuentra en Sawston Hall, condado de Cambridge. En Londres quedan dos en Baddesley Clinton, a las afueras del Strand. Compañero de Misión de San Edmund Campion.

Fue detenido el día de San Jorge de 1594, encarcelado en la prisión deCounter en Bread Street y torturado durante horas. No lograron que el pequeño albañil confesase nada. Gracias a que las familias católicas de la zona reunieron dinero, y a la ignorancia y avaricia de los carceleros, fue puesto en libertad tras negociar y pagar su rescate. Habían liberado al protector de los católicos.

Planificó el audaz escape del padre Gerard de la Torre de Londres. Siguió con su labor de protección de los católicos perseguidos y, ya como coadjutor, se entregó para salvar los padres Garnet y Oldcorne, a quienes consideraba más valiosos que él mismo para la evangelización de Inglaterra.

Murió en medio de torturas por orden de Lord Cesio el 22 de marzo de 1606.

Fue canonizado el 25 de octubre de 1970 por el Papa Paulo VI, como un campeón de la fe en Inglaterra.

Jn 8, 31-42

Evangelio
Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres». Ellos le respondieron: «Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: "Ustedes serán libres"»?. Jesús les respondió: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre». Ellos le replicaron: «Nuestro padre es Abraham». Y Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios». Jesús prosiguió: «Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.

Comentario
En el diálogo que Jesús mantiene con los dirigentes judíos muestra su identidad más profunda. Su Padre lo envió y estos no lo reconocen. Una discusión dramática que tendrá también un desenlace dramático.
Es necesario en nosotros el paso de fe que acepta a Jesús como Mesías y le reconoce como Hijo de Dios. Así confesamos la Verdad que nos hace libres, somos hijos de Dios.

Oración
Señor Dios nuestro:
Tú nos llamas a ser libres.
Ayúdanos a darte siempre una respuesta de libertad. Y ya que la palabra salvadora y la muerte liberadora de Cristo nos han hecho libres, que nunca de nuevo nos atemos con cadenas fabricadas por nosotros mismos, cadenas de pecado egoísta y de falsos apegos mundanos.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén